sábado, 4 de mayo de 2013

Érase una vez



Érase una vez un niño que era feliz mirando al cielo estrellado.  Esperaba encontrar  un platillo lleno de extraterrestres que le alejara de aquella casa, que le llevase lejos de aquellos gritos.

Una noche pasó una estrella fugaz y rápidamente pidió un deseo,  aunque pensaba que sólo se cumplían en los cuentos que le contaba su abuelo cuando era pequeño. Ahora vivía con papá y no tenía tiempo de contarle cuentos, estaba siempre pegado al ordenador y al teléfono. 

El niño estaba muy cansado, y se fue a la cama soñando con su deseo, soñando que se hacía realidad.
Su padre le dio un beso para despertarlo. Hacía mucho tiempo que eso no pasaba. Tanto que no recordaba un momento como ese. El niño sonrío. 

El desayuno estaba más rico que nunca y su padre le llevó al cole porque ese día no tenía que trabajar. Era el niño más feliz del mundo.

El día en el cole se le hizo largo, las horas en el reloj iban a paso de tortuga. Cuando sonó la sirena para salir, allí estaba de nuevo su padre que le llevó a comer a un parque, un bocadillo a la sombra de un árbol. La comida favorita del niño.

Luego jugaron a mil cosas: al pilla-pilla, a tula, a buscar el tesoro, a seguir las huellas de los animales, a tirar piedras a un charco,…

Para acabar, su padre le sorprendió con un viaje. Iban a montar en avión. Era la primera vez que montaba en avión, era la primera vez que se divertía con su papá. En pleno vuelo, su padre le dio un paracaídas, iban a saltar los dos juntos.  Tuvo miedo pero con su padre, con este padre, todo era divertido así que se colocó su paracaídas y, sin dudarlo, saltaron los dos de la mano.

Era feliz, volaba y estaba con su padre. Era su deseo hecho realidad, un día de felicidad con su padre, al menos un día de felicidad con su padre.

Su padre gritó: “ahora”. Él tiró de la anilla pero el paracaídas no se abrió. La voz sonaba más fuerte “ahora”. Llegaba al suelo, “ahora”, el golpe era inminente, “ahora”. Estaba a dos  milímetros de la tierra y  notó el golpe.

Abrió los ojos, la mano de su padre se alzaba delante de su cara, a apenas dos milímetros. “Levántate ya. Ahora”.

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