Sin payasos ni malabaristas nos dejo a todos con la boca abierto.
No había trapecistas pero todos sentimos el vértigo.
Fueron unos minutos, unos segundos quizá. Luego pestañeo y se fue con el príncipe.
Allí nos quedamos los siete; tras esperar y esperar esa mirada durante años con ganas de que el cuento acabase bien.
No pudo ser.